Desde playas hasta manglares, humedales salobres y de agua dulce. Más
de 50 especies de aves, además de reptiles y anfibios, todos conviven
en un predio de terreno no muy extenso protegido en el sureste de la
Isla.
La reserva natural Punta Tuna, en Maunabo, es una de las más
pequeñas, con apenas 109 cuerdas de terreno aproximadamente, pero
alberga varios ecosistemas que no se encuentran en otros lugares con
mayor extensión territorial.
La misma es celosamente custodiada por el Departamento de Recursos
Naturales y Ambientales (DRNA) y el Comité Pro Desarrollo de Maunabo,
específicamente por su oficial de manejo, Humberto Figueroa, y hasta por
vecinos de la comunidad del barrio Majaguas que, aunque en un principio
decían que el lugar era un criadero de mosquitos, ahora en su mayoría
participan de las actividades que realizan y se alegran de que turistas y
estudiantes vayan al lugar a disfrutar y a aprender de la naturaleza.
Dos vecinas del lugar desde hace más de 60 años recordaron cómo era
la zona antes y después de ser designada como reserva natural en agosto
de 2000.
“Eso era algo perdido. Tenía árboles pero no había caminos. Fue un cambio drástico. Valió la pena”, opinó Gladys Figueroa.
“Algunos no opinan igual, pero no saben lo que se están perdiendo. Es
bueno para la comunidad, vienen personas a visitarnos y hacen buenas
conferencias y actividades”, agregó.
Pero su hermana, Polonia Figueroa, lamentó que cuando era niña,
podía entrar y coger jueyes con su papá, actividad que ahora está
prohibida en el lugar donde los protegen.
“Ahora no. Vamos y visitamos pero está prohibido atrapar jueyes.
Antes se podía entrar más fácil, aunque ahora hay caminos”, dijo
Polonia.
Ramón “Chito” Arroyo, del Comité Pro Desarrollo de Maunabo, relató
que la designación de la reserva “surge de una lucha comunitaria”,
luego que querían construir condominios en 13 cuerdas de terreno
aledañas al faro de Maunabo, donde está la reserva. En 1998, vecinos
preocupados por el humedal denunciaron al Comité la propuesta de
desarrollo, y fue cuando se dio una lucha de pueblo “y nos enfrentamos a
intereses económicos fuertes”, pero dieron la lucha “ardua porque había
vecinos que decían que era un lugar apestoso y un criadero de
mosquitos”, pero se logró que el gobierno declarara el lugar como una
reserva natural en 2000 y más adelante adquiriera las tierras.
Desde entonces, limpiaron el lugar, le dan mantenimiento, ofrecen
orientaciones y sirven de guías, además de ofrecer eventos como
certámenes educativos para estudiantes de escuelas de la comunidad y
concursos de arte para el público en general.
El año pasado, Punta Tuna se convirtió en la primera reserva natural
adaptada para personas con discapacidades y ciegas, con un documental
con lenguaje de señas, una silla especial para hacer el recorrido por el
lugar y hasta una aplicación que les lee a los ciegos lo que dicen los
rótulos.
También fue designada recientemente como la “Reserva de cielos oscuros” por la Sociedad de Astronomía de Puerto Rico.
Ahora, Figueroa indicó que están en conversaciones con la Compañía de Turismo para “darnos promoción” y tener guías turísticos.
Hay vecinos del lugar que pueden sembrar en los predios, y algunos
buscan cocos y almendras para confeccionar dulces y venderlos.
La reserva está en un valle al lado de la costa, rodeado por el norte
de las montañas de La Cuchilla de Pandura, y por la sierra Guardarraya,
y cuenta con diversidad de ecosistemas.
“La reserva es pequeña, pero tiene varios ecosistemas uno al lado del
otro. A pasos de un pantano de agua salada, está el pantano de agua
dulce. Hay unas especies de animales en una y otras especies en otra”,
señaló Figueroa, quien es oficial de manejo del lugar desde 2009.
“En el futuro, esto será cabeza de alfiler en el sureste. Se protegen
ecosistemas valiosos... El desarrollo sigue y esto crea un balance”,
manifestó Arroyo.
Protección de tortugas
En la llamada playa Larga de la Reserva, anidan tortugas marinas
durante la época entre marzo y noviembre, y 23 voluntarios del Centro
Educativo Amigos de las Tortugas Marinas (Atmar) se encargan de marcar
los nidos, protegerlos y luego ayudar a las tortugas a llegar al agua.
Dos de los 23 voluntarios del centro, presidido por el biólogo Luis
Crespo, indicaron que fueron el primer grupo comunitario dedicado a
proteger a las tortugas marinas en 2001, y que luego muchos los han
imitado.
Juan Velázquez y Aida Ortiz destacaron que las tortugas marinas que
mayormente llegan a las costas del sureste son el tinglar y el carey, en
la playa Larga y la playa California, ambas en Maunabo. Hay voluntarios
que también ofrecen patrullaje en Patillas y en Yabucoa.
Explicaron que el periodo de anidaje del tinglar es de marzo a julio, y del carey, entre julio y noviembre.
Los voluntarios cumplen un horario de patrullaje de las playas para
detectar si hay nidos y marcarlos. El periodo estimado de la “explosión”
o nacimiento de las tortugas es de aproximadamente 60 días.
También se ocupan de ayudar a las tortugas cuando nacen para que no
se desorienten y solamente Crespo y personas con permiso pueden sacar
huevos y tortugas del nido para ayudarlos a salir cuando quedan
atrapados.
Ortiz confesó que el “problema” que tienen son con las luces y los
perros, dado a que las luces las desorientan y los perros rompen y se
comen los huevos.
Mas entiende que se ha creado conciencia entre la ciudadanía para que no las maten ni las roben.
“Ya nos conocen y dicen, ‘ahí van los tortugueros’. Tienen más
respeto. Al que se pone potrón, se le recuerda que están protegidas por
leyes estatales y federales. Somos como abogados de las tortugas
también”, destacó Ortiz, quien es voluntaria desde que inició el grupo
con dos hermanas y les toca patrullar la playa los domingos.
“Siempre hay gente que quitan las banderas o postes, hay que volver a
ponerlas, pero poco a poco hemos mejorado mucho en eso”, dijo
Velázquez, quien también es voluntario desde el 2001.